Los países de América Latina y de ingresos medios corren el riesgo de quedarse a la zaga en la distribución de vacunas contra el Covid-19, en la medida en que las naciones más ricas ya realizan acuerdos e inversiones para garantizar su suministro y las más pobres pueden cubrirlas parcialmente por fundaciones, afirma Michael Kremer, investigador de la Universidad Harvard y uno de los tres laureados con el Premio Nobel de Economía 2019.
Las pérdidas por Covid-19, tanto en términos de salud como económicos, son tan grandes que realmente vale la pena invertir en vacunas de manera nunca vista por el mundo, apunta. De lo contrario, detalla, se corre el peligro de generar un cuello de botella en la producción una vez que exista un fármaco probado.
En entrevista con La Jornada, Kremer, Raissa Fabregas y Jonathan Lehe, todos colaboradores en Agricultura de Precisión para el Desarrollo (PAD, por sus siglas en inglés) –con trabajos en África y Asia–, detallan cómo en zonas rurales con altos índices de pobreza se realizan proyectos de agricultura digital. Consisten en otorgar información para mejorar los procesos productivos, incluso sin necesidad de Internet o teléfonos inteligentes.
Además de una explicación sobre ese proyecto, mana el tema de cómo la investigación, la producción y el suministro de vacunas implican el riesgo de ampliar la desigualdad de cara a la mayor recesión de la economía mundial en los últimos 90 años, según organismos internacionales.
El trabajo de Kremer sobre vacunas, mercado y pobreza data de 1998. A menudo hay un retraso muy largo entre el momento en que éstas se distribuyen en los países más ricos y cuando van a otras naciones, explica. Y en el caso de la de Covid-19, subraya, no se espera algo distinto.
Personalmente creo que existe un peligro real de ver ese patrón: los países ricos siendo abastecidos, incluso algunos suministros para los más pobres (por conducto de fundaciones), pero con América Latina y otras regiones de ingresos medios excluidos, subraya.
Son dos los riesgos en esta coyuntura. Por un lado, producir de manera anticipada algo que puede no servir; por otro, esperar pruebas y ahogar la producción.
Es un negocio arriesgado probar y producir vacunas, pero es un peligro aún mayor tener una probada pero no la capacidad de fabricarla para las personas que la necesitan.
En ese sentido, considera que América Latina puede hacer un llamado a la cooperación internacional mediante la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
México podría hacer esto por sí solo, pero si se asocia con otros países de la región, por conducto de la OPS, puede realizar un pedido sustancial y tener algo de influencia entre los fabricantes.
La crisis llega con sistemas de protección inadecuados
Primero, antes que la economía digital y las vacunas, el investigador –reconocido por sus trabajos experimentales en reducción de la pobreza– resume que la crisis de Covid-19 es, ante todo, de salud, pero también económica, de vida y de sustento, tanto a nivel macro como microeconómico. Ha habido proyecciones realmente dramáticas de Naciones Unidas sobre las implicaciones de la seguridad alimentaria y en parte es el problema de tener sistemas de protección social inadecuados.
En este contexto se inserta la agricultura digital, modelo para mejorar la producción a corto plazo a través de redes de suministro de información sobre el estado del tiempo, fenómenos naturales, las condiciones del suelo, plagas y abasto de fertilizantes e insumos.
En todos los ámbitos de la vida hemos respondido a la crisis de Covid-19 recurriendo a la tecnología. Incluso en esta entrevista, dice sobre la conversación, la cual se realiza vía Zoom.
Estamos haciendo un cambio en nuestras vidas para enfrentar la crisis a corto plazo, pero también es una especie de adopción de la tecnología del futuro, tal vez sólo un poco más rápido de lo que habría sido de otra manera, considera.
En lo inmediato, la Organización de Naciones Unidas estima que 20 millones de personas en América Latina caerán en inseguridad alimentaria. Además, las interrupciones del mercado y la crisis han afectado los mercados laborales agrícolas, los ingresos y hay escasez de insumos para producir, apuntó Jonathan Lehe, director de Nuevos Programas en PAD.
Raissa Fabregas, investigadora de Harvard y quien además de la agricultura trabaja los efectos de las telesecundarias en las zonas rurales de México, explica que no se necesitan tecnologías sofisticadas, como teléfonos inteligentes con acceso a Internet o GPS, para proyectos de agricultura digital.
En planes previos, explica Kremer, sólo con que las personas pudieran comunicarse a través de mensajes de texto o de voz, se impulsó sustancialmente, alrededor de 20 por ciento, la adopción de recomendaciones de aportaciones agrícolas. Estimamos un aumento promedio de 4 por ciento de los rendimientos del suelo, expresa el investigador.
“La agricultura digital no va a sustituir otras políticas (…) Podemos tener estas intervenciones digitales, además de lo que ya está sucediendo, para hacer que estos programas sean más efectivos y eficientes”, agrega Fabregas. Sostiene que, a diferencia de proyectos que dependen de un presupuesto finito, la mayoría de las personas que hay en el sistema le dan más valor.
Ese tipo de accesos para los productores, recuerda Kremer, implicaron en Kenia reducir las dilaciones en la entrega de fertilizantes. En la industria pesquera de India, la aproximación de los productores a la tecnología ayudó a localizar mejor los mercados y que para los consumidores también fuera más sencillo identificar dónde comprar.
A consulta sobre la operación de los programas para el campo mexicano, que consisten en transferencias directas, fertilizantes y precios de garantía, Kremer sostiene que no está tan familiarizado con las particularidades del país. No obstante, señala: Creo que, absolutamente, necesitamos algunos de esos programas de transferencia. Particularmente en medio de una crisis como ésta, requerimos programas de protección social (…) Pero ahora es el momento en que los presupuestos también son muy ajustados para los gobiernos y estos son programas caros (los de transferencias), a diferencia de la agricultura digital, que es muy barata, a grado tal que se puede probar: por cada dólar gastado, 10 de beneficio.
Previamente, en una conversación con Manuel Otero, director general del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura –organismo que hizo posible esta conversación–, Kremer explicó que 20 por ciento de la población rural de América Latina vive en extrema pobreza, en 16 millones de granjas de baja productividad. Ese es el universo en que podría participar la agricultura digital.
En la conversación, recalca que los gobiernos deberían ser los primeros en impulsar amplios programas de esa tecnología para la producción agrícola.
Estamos hablando de información agrícola precisa, extensión agrícola. Eso es algo en lo cual los gobiernos han jugado tradicionalmente un papel muy importante.
No obstante, también son iniciativas en las que pueden participar proveedores de servicios de telecomunicaciones, de insumos agrícolas, organizaciones no gubernamentales y agrupaciones de agricultores.
Fuente: La Jornada