Este domingo el santo Evangelio nos presenta nuevamente la intención perversa de los Fariseos que después de fracasar en su intento de atrapar a Jesús (en una entrevista tramposa), con la cuestión del tributo al emperador; ahora le hacen la pregunta sobre ¿Cuál es el mandamiento más importante de la ley? De hecho, el verbo utilizado se traduce por ‘ponerle a prueba’ como lo hace el demonio en el desierto (4,1.3).
La respuesta de Jesús: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente» (Dt 6,5). Son parte de las palabras que cualquier judío piadoso recita todos los días, al levantarse y al ponerse el sol. En este sentido, la respuesta es irreprochable. No peca de originalidad, sino que aduce lo que la fe está confesando continuamente.
La novedad de la respuesta de Jesús radica en que le han preguntado por el mandamiento principal, y añade un segundo, tan importante como el primero: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv. 19,18). Una vez más, su respuesta entronca en la más auténtica tradición profética. Los profetas denunciaron continuamente el deseo del hombre de llegar a Dios por un camino individual e intimista, que olvida fácilmente al prójimo. Durante siglos, muchos israelitas, igual que muchos cristianos, pensaron que a Dios se llegaba a través de actos de culto, ofrendas para el templo, sacrificios costosos, penitencias. Sin embargo, los profetas les enseñaban que, para llegar a Dios, hay que dar necesariamente el rodeo del prójimo, preocuparse por los pobres y oprimidos, buscar una sociedad justa. Dios y el prójimo no son magnitudes separables. Tampoco se puede decir que el amor a Dios es más importante que el amor al prójimo. Ambos preceptos, en la mentalidad de los profetas y de Jesús, están al mismo nivel, deben ir siempre unidos. «De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas» (v.40).
Por tanto, toda la revelación de Dios, es decir todo lo que Dios nos enseña para vivir (“la ley y los profetas”, es decir toda la Biblia) depende, ‘está colgado’, de estos mandamientos como de su principio superior pues son su hilo primordial. Todos los demás mandamientos están conectados con el amor a Dios y al prójimo y se ordenan a estos.
En estos tiempos de pandemia hemos escuchado hablar mucho de cuáles son actividades ‘esenciales’ e indispensables que se puede hacer; y de cuáles no lo son. El Evangelio de hoy nos dice claramente cuáles son los mandamientos ‘esenciales’ de Dios y en los cuales se puede resumir o concretar todo lo que Dios nos pide vivir.
Es muy importante esto porque la búsqueda de la unidad y de la simplicidad es una tendencia en todos los órdenes de la vida, incluido el de la vida espiritual. Más aun, podemos decir que todo proceso de maduración en la vida conduce a una mayor simplificación o concentración en lo esencial y fundamental. Por ello, no está de más recibir también nosotros con un corazón abierto la enseñanza de Jesús sobre el ‘mandamiento mayor’ o fundamental que es el amor a Dios; y el segundo que le sigue y depende de él que es el amor al prójimo como a uno mismo. Recordemos que el amor es el vínculo de la perfección (Col 3,14) y la plenitud de la ley (Rom 13,10). Más aún, como también dice San Pablo, si no hay amor, caridad, mis obras, aún las más extraordinarias, no valen nada (cf. 1Cor 13,1-3). Por tanto, es justo y necesario un permanente examen de amor y sobre el amor en nuestras vidas. La tarea es amar a Dios y al prójimo, para que nuestra fe dé frutos.
fuente: Contacto hoy