En medio de la contingencia, barrenderos limpian calles con poco equipo de protección
El servicio de limpia capitalino es uno de los que no ha frenado sus labores, las calles de la urbe se limpian desde las 6:00 de la mañana, pero los encargados de recoger los residuos sólidos enfrentan un doble riesgo sanitario: el normal del servicio de limpia más la exposición al contagio del coronavirus.
Las luminarias públicas apenas permiten distinguir el pavimento sobre el que ya se ven los montones de basura, que serán retirados por los trabajadores de limpia de la Ciudad de México, sin importar el clima, el nivel de inseguridad en la zona asignada o la contingencia sanitaria, ellos salen a salvar a los ciudadanos de sus propios desperdicios.
Los 14 mil trabajadores que trabajan en este servicio están sindicalizados, pero 10 mil de ellos no cuentan con prestaciones, como contrato o seguridad social, según indica la Organización No Gubernamental Wiego, que colabora con grupos de trabajadores informales.
Los sueldos son mínimos, a lo que se suma que hay muchas personas que trabajan como voluntarios y sólo reciben como ingreso las propinas que les dan los capitalinos por recoger la basura.
La ONG representa a estos grupos de la sociedad para lograr su inclusión en negociaciones o procesos políticos, así como el reconocimiento de sus derechos.
En el turno matutino, la jornada laboral comienza alrededor de las 6:00 horas, llegan a la estación ubicada en la colonia Obrera dentro de la alcaldía Cuauhtémoc, donde guardan los carritos y los camiones, ahí recogen la indumentaria necesaria y se forman los equipos antes de recorrer las calles.
La ruta de Porfirio Morales dentro de la alcaldía es la misma que recorrió de niño con su papá desde los seis años de edad, un trabajo que hace con gusto a pesar de la emergencia sanitaria, ante la que se preparan con un equipo casi inútil por el contacto que tienen con diferentes residuos, sin sospechar si fueron desechados por personas contagiadas o portadoras de Covid-19.
EXPUESTOS
A Porfirio nunca le había tocado vivir una crisis como esta, “negocios cerrados, gente encerrada, desempleo, y desesperación”, esto es nuevo para él, y aunque toma las consideraciones necesarias para su trabajo, piensa que podría no ser suficiente ante la exposición diaria todo el material que recogen en las tres vueltas que le da a la misma ruta en un día para volver a levantar la basura restante.
Para ellos es una suerte que, durante estas semanas, no se tenga el reporte de contagio de alguno de sus compañeros, ya que el miedo se impone ante el aumento de casos y el poco equipo que se les otorga: dos pares de guantes, gel y un cubrebocas simple que, al parecer, les debe durar el mayor tiempo posible. “Durante la contingencia por la influenza nos dieron más apoyos, ahora apenas se acuerdan de nosotros”, exclama uno de los trabajadores al salir concluir su jornada laboral.
AYUDANTES Y VOLUNTARIOS
A las cinco de la mañana ya están todos arriba del camión con cubrebocas y listos para comenzar la ruta; la dinámica de trabajo es tan eficaz que en menos de 10 minutos pueden dejar un tiradero clandestino de basura totalmente limpio.
El Betorras es el primero en bajarse del camión, saca su pala y comienza a arrojar la basura que está en el tiradero a una manta, al llenarse le habla al Coyote para aventarla a la unidad, sacude la manta y el proceso se repite.
Por su parte, el Coyote, baja un par de bolsas y recolecta las botellas de plástico y de vidrio; el Chespi es el encargado de usar la escoba para barrer lo que la palano puede recoger. Se nota en su habilidad la práctica que ha adquirido con el tiempo.
El último integrante del equipo es Javi, quien se encarga de tocar la campana y recibir a los vecinos que salen a tirar la basura.
UN OFICIO DESDE LA INFANCIA
Las calles limpias son la satisfacción que le heredó su padre a Porfirio, quien lleva ya 45 años en este oficio “conozco la transformación de la colonia Obrera, me sé sus historias desde que era una zona muy peligrosa por los restaurantes y bares, desde niño acompañaba a mi papá, me metía en un tambo para que no me atropellaran, mientras él trabajaba”, platica para LA PRENSA, mientras el resto del equipo, levanta con palas y a mano la basura que la gente deja sobre el arroyo vial.
Durante el primer recorrido tocan poco la campana, inician al recoger los montones que se acumulan en ciertas calles, donde “la gente que sale a trabajar y no alcanzan a tirar su basura y la deja ahí, aunque después llegan los pepenadores y sacan todo de las bolsas” platica Porfirio frente a un tiradero clandestino donde se observan aparatos electrónicos, ropa, plástico y comida.
A pesar de que se han asignado martes, jueves y sábado para la basura orgánica, los limpiadores aseguran que no es posible llevarlo a cabo en todas las zonas, ya que no se cuenta con los camiones necesarios para la separación de la basura.
Entre las cosas más extrañas que el señor Porfirio se ha encontrado en la basura han sido órganos de “un elefante, cerca de aquí disecan animales, también llega gente a dejar animales con las que hicieron brujería, dejan gallos, borregos y toda clase de animales”, cuenta Morales.
Dentro de las anécdotas poco amables que ha vivido, narra que alguna vez lo amenazaron con arma en mano para llevarse costales con cascajo.
El salario de Morales ha sido suficiente para mantener a su esposa y sus tres hijos, uno de ellos siguió sus pasos y es su relevo en el camión, y espera que cuando él se retire, su hijo se quede a cargo de la ruta que con tanto empeño ha cubierto durante estos años, aun así, la propinas les ayudan para mantener los camiones, pues las reparaciones corren por su cuenta, así como el salario de los voluntarios.
Con información de Humberto Meza | La Prensa